28 Ene

Ya es de todos conocido, en la comunidad de San Gerardo de Rivas, que por los días previos a la Carrera Internacional Campo Traviesa al Cerro Chirripó va a llegar una familia procedente del otro lado de la cordillera de Talamanca, en cuya modesta condición van a atraer los micrófonos y las cámaras.

Los Salazar y los Sanabria, hermanos, cuñados, hijos, sobrinos; adultos de mediana edad y algunos niños pequeños.

Comenzaron a llegar, para decirlo en términos literarios, “en tiempos inmemoriales”, a disfrutar y en lo posible participar en los partidos de futbol de la Copa Chirripó, que anuncia la cercanía de la Carrera. Un día ellos se animaron a participar en la competencia de campo traviesa, así, como venían, con pantalones largos y botas de hule. Las mujeres no, porque en su tradición estaba prohibido.

Por la injerencia de conocidos suyos, organizadores y colaboradores de la Carrera, llevaron a los hombres a romper las estructuras sociales milenarias y a autorizar que Andrea Sanabria participara en la competencia y que diera declaraciones a la prensa.

Quienes estaban presentes registran el recuerdo imborrable de esa mujer “con cuerpo de niña” (como la describió un periodista de San José) amamantando a su bebé antes de partir hacia la cumbre del Chirripó y regresar con los pies en carne viva a alimentar a su retoño, cinco horas después de que inició el ascenso.

Desde entonces, los miembros de esta familia son patrocinados por Pedro Barrantes, el generoso propietario de la Marisquería Don Beto, con ropa deportiva y zapatos para participar en la competencia.

Andrea vino, corrió y venció. Les ganó a todas las mujeres; a las que tienen dinero y a las que no, sin importar si tienen entrenador o si se ejercitan durante las mañanas y también sin tomar en consideración si son de Pérez Zeledón, de San José o incluso si han corrido en otros países. Luego se habría de encargar de establecer récords, para luego romperlos.

Desde entonces, Andrea Sanabria es uno de esos personajes emblemáticos de la Carrera al Chirripó. Ella y su familia, como otros personajes cercanos que tienen visos de leyenda, se han integrado a la historia de San Gerardo de Rivas.

De alguna forma, son como los “güilas” del barrio, sin cuya presencia la mejenga está incompleta. Pero a diferencia de los vecinos, ellos van apareciendo al cabo de una caminata de dos días por los trillos de la montaña.

Viven en Sitio Gilda, un lugar que queda al otro lado de la cordillera de Talamanca, del que en Pérez Zeledón casi nadie tiene conocimiento. ¿Cómo será donde viven? ¿Qué estarán haciendo estos queridos hijos de los bosques y las montañas, tan llenos de misterio, si no labrando la tierra, para sembrarla después de la próxima Carrera?